Mi abuelo Enrique se llamaba José, mira tú.
Cuando nació, el que lo llevó a cristianar, como se hacía por aquellos tiempos oscuros, fue su padrino, que debía ser un cachondo y algo más. Cuando volvió de aquel menester dijo que, como no le gustaba José, que era lo que querían los padres, lo había inscrito como Enrique.
Ya digo que sería un cachondo porque, en realidad, en los papeles lo apuntaron como José, pero ni la familia lo supo, sólo el padrino. Y en aquella época -nació en 1.880- en que casi nadie sabía leer o escribir, ni falta que les hacía para su rutinaria y mísera vida, que la imagino como la de la película Los Santos Inocentes, el caso es que fue Enrique para todo el mundo hasta que, ya mayorcito, se supo el nombre real.
