Se le puede llamar Parque Torres, Castillo de la Concepción… pero yo prefiero seguir llamándole Castillo de los Patos, porque así lo conocí cuando fui pequeño, que también lo fui. Y es que en su día hubo patos, algunos se hicieron tan famosos que hasta tenían nombre propio, como “Machaco”.

Pero me estoy desviando. A lo que iba. En la principal de las cinco colinas de Cartagena se alza el castillo de la Concepción, aunque ya se debe parecer poco al original Palacio de Asdrúbal por la cantidad de transformaciones que ha sufrido desde entonces. Esta historia arranca de cuando era un castillo o fortaleza en época medieval. La protagonista principal fue una dama llamada Doña Sol, hija de una familia noble y enamorada de un joven, Don Mendo de Acevedo, que no estaba a su altura de linaje, por lo que sus padres no accedieron a su boda con él.
El enamorado, intentando hacer méritos o fortuna para tener la dote necesaria se marchó a la guerra, pero no tuvo la suerte que esperaba y no regresó. Transcurrido un tiempo, los padres dieron a Doña Sol en matrimonio a un noble italiano, Don Rodrigo Rocatti de Alvear.
Habían transcurrido un par de años de la boda de Doña Sol cuando ésta tuvo noticias de que su amado Mendo no estaba muerto, sino preso. Comenzó la dama a hacer gestiones secretas para rescatarlo pero éstas llegaron a oídos de su celoso marido. Lleno de ira y rencor decidió que Doña Sol sería emparedada viva en una de las estancias del Castillo de la Concepción.
Como todas las tragedias tienen que estar bien salpimentadas, bien porque las gestiones de liberación de Doña Sol habían dado resultado o bien por otros motivos que la leyenda no cuenta, lo cierto es que Don Mendo quedó libre y se presentó, disfrazado de monje, al malvado Rocatti para intentar convencerlo de que no cumpliera tan cruel sentencia con su esposa.
O el disfraz de Don Mendo era comprado en los chinos o era un poco torpe, pero el caso es que fue descubierto por el italiano, que lo hizo prender. Luego escribió en un cartel “Por sacrílego y traidor” y armado de clavo y martillo lo clavó, así, sin anestesia, en el pecho del pobre Don Mendo. Seguramente pensaría exhibirlo con el cartelito colgado pero como el infortunado enamorado seguía sin morir, ordenó que además lo ahorcaran.
No contento con ello, aquella bestia parda que era Rocatti dio las instrucciones para que, definitivamente, emparedaran a Doña Sol y cuando estaban en plena faena, él personalmente fue a contarle a su esposa lo que había hecho con Don Mendo de Acevedo.
Antes de quedar tapiada en vida, Doña Sol lanzó a su esposo una maldición: “Antes de veinte días, morirás”.
Como siempre ocurre en estas maldiciones de leyenda, por supuesto que se cumplió. En el vigésimo día, Don Rodrigo Rocatti la diñó como un conejo. No se sabe el motivo, pero seguro que el médico puso en el acta “parada cardiorrespiratoria”. Eso acierta siempre.

Bien, pues hasta aquí la leyenda. O no. Porque hay gente que dice haber visto al fantasma de Doña Sol vagar de noche por el Castillo de los Patos, perdón, por el Castillo de la Concepción. Quizás sea verdad pero, por ahora, lo que sé se parece a la canción de Serrat:
Uno de mi calle me ha dicho
que tiene un amigo que dice
conocer un tipo
que un día fue feliz.