Por toda la costa cartagenera (y levantina en general) se edificaron torres vigía y defensivas, especialmente en previsión contra las incursiones de los moros. De ello ya se habló un poco en otra entrada anterior de este blog, sobre la expresión “moros en la costa”.
De aquellas torres quedaron algunas erigidas por el territorio de la comarca cartagenera: Torre del Rame, Torre Pacheco, la torre sobre cuyo solar se edificó posteriormente el faro de Cabo de Palos, del que también hablamos anteriormente, etc.
Y la de la que toca hoy hablar: Torre del Negro.
En este caso, viene aquí por su asociación a una leyenda, como casi todas, confusa y carente de datos claros o concretos, pero que todavía circula, y allá va.
El edificio fue construido en tiempos de Felipe II, alrededor de 1585, en Los Urrutias (Cartagena) a menos de 100 metros de la orilla del Mar Menor (entonces) y aunque su nombre inicial fue de Torre Arráez, se conoció pronto como Torre del Negro por un esclavo negro, y además liberto, procedente de galeras, que se alojó allí. Hoy, en época de lo políticamente gilip correcto quizás debería llamarse Torre del Subsahariano, pero no demos ideas.
La leyenda no tiene nada que ver con el negro, sino con la época de Felipe IV, cuando un soldado veterano llamado Hans, procedente de los tercios españoles que operaban por Flandes y otras zonas de Europa, se alojó en la Torre del Negro, al parecer con todos los permisos de sus superiores. La idea de Hans era realmente interesante. Él era, además de soldado, también herrero, inventor y alquimista a partes iguales y su propósito era desarrollar un equipo de buzo, adelantándose varios siglos, para poder descender al fondo del mar y recuperar los cañones de los barcos hundidos.
Esto podría parecer, visto desde esta época, un asunto trivial, pero no lo era. Para poder fundir el bronce de un cañón hacía falta unas temperaturas altísimas en los hornos correspondientes y para alimentar esos hornos, el número de árboles que talar (y por tanto el coste económico) era tremendo. Equipar un galeón podía suponer despoblar bosques enteros y todavía hay zonas de Cantabria, Asturias, Galicia, etc. que no se han recuperado de aquella tala masiva de árboles. Por tanto, poder recuperar los cañones de barcos hundidos podría ser un negocio y un recurso económico de gran alcance.
Por eso, Hans se dedicaba durante el día a las labores propias de su profesión como herrero, reparando calderos o cuencos metálicos de los vecinos, herrando caballos y asnos, etc. y por las noches andaba en la construcción del equipo de buzo y, para ello pensaba utilizar el yelmo y armaduras de la época, como herrero, haciéndolos herméticos y poniendo como visor un plástico de su invención, como alquimista. Por las noches, cuando trabajaba en su invento, se oían los golpes y martillazos del herrero.
Un buen o mal día, Hans desapareció de la noche a la mañana sin dar recado a nadie y sin que se sepa a día de hoy, que pasó con él o a dónde fue. Aquí empieza la leyenda.
Dicen… (esa palabra tradicional en las leyendas) que algunas noches se oyen todavía los golpes del herrero sonando por los alrededores de la Torre. Y también dicen que salen burbujas inexplicables en algunas zonas del Mar Menor. Para algunos, el bueno de Hans se cansó de intentar su experimento sin resultados positivos y se marchó a la francesa, sencillamente. Para otros, Hans se fue al Mar Menor a probar su equipo de buzo y no funcionó como él esperaba y el pobre se ahogó. De ahí esos golpes y esas burbujas, correspondientes al alma en pena de Hans.
Que cada uno se quede con lo que más le guste.