Desde siempre se ha sabido, claro que sí, que los gatos están asociados a las brujas, los herejes, los demonios en general y al Diablo, con mayúsculas, en particular. Hasta el Paga Gregorio IX lo declaró, en 1233, la reencarnación de Satanás. Y sabemos que el Papa no se equivoca nunca. Nunca. Y por si quedaba alguna duda y todavía quedaban remolones que miraban con condescendencia a los mininos, luego vino el Papa Inocencio VIII y, en 1484, excomulgó a todos los gatos. Además, aquellos que estuvieran junto a brujas (que prácticamente eran la mayoría de las mujeres que viviesen solas), debían ser quemados con ellas. Con un par.


Después vinieron las terribles plagas de la peste negra o peste bubónica, que se cargó a millones de europeos. Ojito al dato: millones. Una peste que transmiten las ratas, o mejor dicho, los parásitos que viven tan ricamente en las ratas. Por cierto, las ratas no habían sido excomulgadas ni nada de eso. No había prácticamente gatos que las mantuvieran a raya, de modo que se reprodujeron, no como conejos, sino como lo que eran, como ratas, que son aún más prolíficas. Y claro, salen algunos tontos por ahí diciendo que si hubiese habido gatos, no habría pasado eso, y que en el pecado cometido con los felinos llevaron la penitencia de la peste transmitida por las ratas.


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