Van Gogh en Cartagena

Érase una vez que el bueno de Van Gogh, Vicentico para los amigos, pasó por Cartagena y se fue a ver el faro de Navidad y, una vez allí, agarró el pincel y dale que te pego, reflejó así uno de los faros más bonitos del Mediterráneo.

El Faro de Navidad, según Van Gogh

Que conste que todo esto es mentira, la foto-pintura es mía, no de Vicentico, y todo es una fantasía que me he montado yo.

No sea que luego vengan los verificadores de la verdad (fact checkers) esos que se han inventado y pagan la gentuza del Nuevo Orden Mundial y me quieran cerrar el blog.

Y tampoco es eso.

Cartagena, mon amour

No estoy orgulloso de ser cartagenero, porque no es mérito mío. Me «nacieron» aquí.

Cartagena de Levante. Tres mil años de historia.

Pero contento sí que lo estoy de haber nacido en Cartagena, porque tuve suerte, una inmensa suerte. Y agradezco esa suerte, porque, como dice el refrán es de bien nacidos ser agradecidos.

¿Por qué Cartagena se llama Cartagena?

Por qué Cartagena se llama Cartagena es algo que puede parecer curioso, apasionante, previsible…, pero nunca casual. Las cosas no suelen ocurrir por casualidad y los nombres propios de los lugares o toponimias, menos.

Nombres de Cartagena

Hace tiempo escribí una entrada a medio camino entre la historia y la mitología que se llamaba Cartagenas y Carthagos en el mundo. En ella relacionaba algunos de los nombres de mi ciudad, ahora me extenderé más en ello.

Mi autohomenaje de despedida.

Después de una vida laboral prolongada, afortunadamente, he asistido a bastantes; muchas, diría yo, despedidas a compañeros que se han ido retirando.

En algunas de ellas he tenido una participación bastante activa como organizador o amenizador por mi afición a dibujar y hacer caricaturas, diseñar carteles y demás cosas similares.

Algunos de ellos se han llevado, además de otros presentes, mis dibujos como recuerdo.

A primeros de marzo del pasado año 2018 despedimos a un compañero y estuvimos unas 30 personas o más.

Al final de ese mismo mes fui a mí a quien le tocó decir adiós a la vida laboral. Había llegado la (creo que) bien merecida jubilación, tras 46 años y 12 días de haber estado cotizando a la Seguridad Social.

Pero esa jubilación es lo único que llegó. No llegó homenaje, ni despedida, ni unas palabras emocionadas o no, ni unas lágrimas, de cocodrilo o de pavo real… nada.

Como si nunca hubiese pasado por allí. ¿Por qué? No lo sé. No conozco ningún motivo que lo explique. Confieso que, durante un tiempo, lo he estado pensando, sin quitarme el sueño, claro, y no he encontrado un motivo para tener el dudoso honor de ser el primero al que se le da esa patada simbólica.

Después de unos meses de silencio y de no alcanzar a comprender el desprecio, decidí que había de pasar página y la mejor forma era hacerme yo mi propio homenaje de despedida. Así que pasé por los chinos y me compré el regalo: un par de magníficos bolígrafos de 4 colores. Siempre me han gustado las cosas de pintar y escribir. Eso de “gustar más que a un tonto un lápiz” creo que lo crearon por mí. Al tratarse de una ocasión tan especial pensé que merecía la pena estirarme un poco y aunque desequilibré mi presupuesto, hice el increíble gasto de 0,95 €.

Amigos imaginarios para un autohomenaje de despedida. ¿Con un par? No, mejor con una docena.

Como una despedida sin amigos no es despedida ni es ná, ya que no los tenía, me los inventé. Si algunos niños tienen amigos imaginarios, a ver por qué yo no puedo tenerlos, de modo que me los hice. Hace unos siglos, a las brujas y a los herejes la Inquisición los quemaba cuando los atrapaba, pero cuando no estaban físicamente, construían un muñeco y los quemaban en efigie. Y como yo estaba quemando una etapa también me construí unas efigies de amigos imaginarios. ¿Con un par? No, con muchos.

En el menú volví a tirar la casa por la ventana. Me fui al bar, hubo cerveza 0,0º por todo lo alto y una rica marinera, para que el nombre me recordara a mi empresa, tan relacionada con la mar.

Una marinera en la despedida. Y cerveza 0,0 para que no se me subiera a la cabeza tanta emoción y tanto cariño de mis amigos.

Como mis amigos imaginarios eran de pocas palabras y no habría discursito, cogí el periódico del día y leí un par de noticias. El periódico era El Mundo, así que, todo el mundo contento.

Y ya quedó todo atrás. Sigo sin saber el por qué, pero ahora, ya, ni lo sé ni me importa.

NOTA POSTERIOR:

Cuando escribí y publiqué esto en mi blog y en Facebook, el 29 de enero de 2020, parecía (y yo mismo lo llegué a pensar) que sólo tenía amigos imaginarios, que no los tenía de carne y hueso, ya que los compañeros de trabajo me habían hecho tal desprecio. Pero me equivocaba. No es que no tuviese amigos, es que eran otros y estaban en otra parte.

Además de los comentarios que empezaron a llegar a mi publicación, se sumaron las llamadas telefónicas de amigos (esos sí) ya jubilados, o en activo pero en otros departamentos de mi misma empresa. El comentario más frecuente fue «vergüenza ajena».

No solo eso. También me organizaron una comida homenaje amigos del Arsenal militar, a la que asistí con mucho gusto y me ayudó a eliminar el sabor amargo que me había ido quedando.

Y hubo más: otro grupo de compañeros de mi propia empresa, pero de otro departamento, me llamaron para anunciarme otra comida de homenaje. Y en esas estábamos, a finales de febrero, cuando llegó el COVID y se fue todo al garete. Aplazada está sine die. Pero ya da igual, se celebre o no se celebre, lo importante fue el gesto.

Y si vergonzoso fue el de unos, bonito y de agradecer fue el de otros.

El alma y el puerto

Dijo Roberto Gervaso que cuando un amanecer o un anochecer no nos provocan ninguna emoción significa que el alma está enferma.

Anochecer en el puerto de Cartagena

Añadiría yo que, si además eso te pasa en el puerto de Cartagena, no es que tu alma esté enferma, es que está muerta.