Hace unos días se me fue al cielo un amigo, Juan Mediano, y ahora se me ha ido una amiga, esta de cuatro patas, Noah.
Sí, ya sé que Noah es nombre masculino, es el Noé de la Biblia, pero Noah no era mi perra, era de unos vecinos, de modo que las reclamaciones… al maestro armero. Bueno, a lo que íbamos.
Noah era una perra especial (sí, es verdad, todos los perros son especiales además de ir todos al cielo) pero algunos son más especiales que otros. Era una golden retriever, y si todos los golden son dulces y amables, Noah era criticada entre la comunidad perruna de los golden por dulce y amable, imagínense.
Si a eso le añadimos que era amiga y compañera de paseos nocturnos de mi perro Lanzarote, y que cuando murió éste, ella lo seguía esperando en la puerta todos los días, esperando verlo salir como siempre, algo que ya nunca ocurrió, entenderán que esta perra era, en verdad, algo muy especial para mí.
Bien, pues Noah se ha ido. Ya era mayorcita, se le habían ido complicando las funciones vitales y han tenido que dormirla para siempre. La han incinerado. Pedí a sus dueños una poquitas cenizas para guardarlas en la caja donde tengo las de Lanzarote para que reposaran juntos, pero no ha podido ser. A pesar de haberlas pedido más de una vez, no las he conseguido, por olvido, falta de voluntad o por lo que sea.
Todos tenemos buena memoria y no olvidamos nada. Un beso muy grande Noah, ya nos veremos alguna vez y volveremos a pasear con Lanzarote. Con cenizas o sin cenizas.