Esta frase, que está en nuestro lenguaje coloquial, aunque se usa cada vez menos, no indica precisamente alegría, sino todo lo contrario. Su origen está en Cartagena, aunque no en la mía, la de España, sino en Cartagena de Indias, en Colombia, cuando era española.
En aquellos tiempos tenían por costumbre dejar los caballos atados a las puertas de las casas, las ventanas, etc. por lo que ocupaban las aceras y los peatones se veían obligados a bajar de las aceras y circular por lugares poco agradables por el agua y la suciedad. Para corregir aquello, el gobernador de Cartagena, del que no conozco el nombre, dictó un bando prohibiendo esta forma de proceder y obligando a dejar los caballos correctamente estabulados.
No sirvió de nada aquella orden porque se desobedeció por los cartageneros, que siguieron dejando sus caballos en las puertas de las casas. Enojado ya el gobernador por la situación, dio órdenes de que los animales que no estuviesen bien ubicados, fuesen sacrificados. Al día siguiente, cuando recibió al alguacil para que le diese información, éste, con cara compungida, le dijo que habían sido cuatro los caballos que habían incumplido la orden y habían sido sacrificados. El gobernador, todo contento, y dando grandes muestras de alegría, empezó a decir: “¡Me alegro, me alegro, me alegro…!”
Cuando se dio cuenta de que el alguacil no parecía compartir su celebración, le preguntó el motivo de estar tan apocado. Entonces, el guardia, un poco nervioso le dijo: “Es que, de los cuatro caballos, dos eran propiedad de usted, excelencia”. Al gobernador le cambió la cara y se quedó totalmente descompuesto, serio, y sin saber qué decir. Finalmente, con un hilo de voz, repitió: “Me alegro, me alegro…”

Desde entonces, decir “Me alegro como el gobernador de Cartagena” sirve para expresar tristeza o contrariedad ante algo negativo para nosotros.