La calle es mía. Eso dijo en su día D. Manuel Fraga, ministro franquista de la Gobernación, advirtiendo a los obreros que no les permitiría manifestarse el 1 de Mayo. También fue Fraga el del famoso bañador Meyba con el que se dio un bañito en aguas que simulaban ser las de Palomares.
Pues parece que el espíritu del Sr. Fraga, con o sin Meyba, veranea desde hace años en La Manga y ha poseído a cientos, miles de bañistas que también dicen eso de “La calle es mía”.
Están los que la consideran suya y cierran el paso con cadenas, vallas y candados que harían palidecer de envidia a D. Manuel. Poner carteles de “Propiedad privada” en zonas de acceso a playas públicas y se quedan tan anchos. En realidad, en lugar de “propiedad privada” les gustaría poner “la calle es mía” pero se contienen, por ahora. Es algo que se puede encontrar en la mayoría de urbanizaciones de La Manga, de un extremo al otro. Supongo que estará así en otras poblaciones playeras, pero cada uno habla de la que le duele. Además teniendo La Manga la configuración tan peculiar que tiene, como una serpiente marina casi infinita, cortar y bloquear las pequeñas vías laterales que fluyen de la Gran Vía central ya es crear una esclerosis circulatoria importante.
Cuando se producen las invasiones estivales y, especialmente los fines de semana, los aparcamientos se hacen no difíciles, sino imposibles. Sobre todo para el que no concibe otra forma de aparcar que no sea en la puerta de su casa o desde donde pueda ver su coche asomándose a la terraza. Quizás haya alguna plaza a doscientos o trescientos metros, cruzando al otro lado de la Gran Vía, en la zona del Mediterráneo, etc. pero… va a ser que no. Y entonces es cuando aparece la segunda tanda de los que dicen “La calle es mía”.
Estos no van armados con una cadena y un candado. El arma de estos es un morro que no es que se lo pisen, es que necesitan un remolque para llevarlo. Y aparcan donde más les place pero, eso sí, que esté cerquita de donde tiene la sombrilla, para no sufrir una escoriación testicular en el desplazamiento.
Así, aceras, pasos de peatones, vados, cruces… todo vale para los poseídos por el espíritu de D. Manuel Fraga.
El diseño urbanístico también echa una mano y se encuentra uno con palmeras que ocupan TODO el ancho de la acera. Los peatones que tenemos movilidad disminuida por alguna razón, con cochecitos de bebé, vamos en silla de ruedas, llevamos carrito de la compra y otras circunstancias varias, entre esos árboles que germinan en las aceras y esos coches aparcados por los usuarios de calzones Meyba, no nos queda otra opción que tirarnos a la calzada como espontáneos aunque seamos antitaurinos y torear a los coches con un par.
¿Y la policía? Ni está ni se le espera. No los he visto ni una sola vez en los treinta años que llevo veraneando allí.
Pese a todo, tranquiliza mucho el saber que hay quienes se ocupan de ir derribando las barreras arquitectónicas y se van tomando medidas, como construir rampas junto a las escaleras, para que los discapacitados tengamos acceso libre… ¡de estos que tanto se preocupan por nosotros, líbranos Señor!