La isla de la Bota no existe. Al menos con tal nombre oficial, aunque sí en el habla popular de una parte de la población del campo de Cartagena. Se refiere, claro, a la Isla Grosa, situada frente a La Manga del Mar Menor.
Debe su apodo a la forma aparente que tiene, vista desde la costa. Vista desde otros ángulos o desde arriba, lo cierto es que se parece a una bota lo mismo que un huevo a una castaña, pero así es como la conocí de pequeño y así la seguiré llamando hasta que muera, por muy Grosa que se vaya haciendo.

No está sola la isla de la Bota, junto a ella hay un botín, o sea un islote más pequeñito, cuyo nombre oficial es el Farallón. Hace tiempo este islote lo utilizaba la Armada como blanco para sus ejercicios de tiro (dicen que aún pueden encontrarse allí obuses sin explosionar) pero allí sigue el Farallón, imperturbable. Es un islote a prueba de bomba.

Volviendo a La Bota, hay que decir todos esos datos, no por aburridos menos necesarios: que tiene una altura de 90 metros, una superficie de 17 hectáreas y que está a 2,5 kms. de tierra firme. Todo ello aprox., naturalmente.
Otros datos más pintorescos o llamativos la componen el que sea un cono volcánico ya extinguido (esperemos) o que haya sido base de piratas berberiscos en sus incursiones a esta tierra, hasta que puso coto a aquello Don Pero Niño. En realidad por allí no solo pasaron los piratas sino que ha estado todo el mundo: fenicios, cartagineses, romanos… y se han encontrado restos arqueológicos de todo tipo: ánforas para dar y vender (es un decir ¿eh? que tienen que ir a su museo correspondiente), colmillos de elefante, lingotes de plomo y chucherías varias.

Pero eso de que pasara por allí todo el mundo se acabó. Por suerte ahora es una zona protegida (y vigilada) dado su alto valor ecológico tanto botánico (por ejemplo reserva de posidonia), como, sobre todo, de aves. Está declarada ZEPA (Zona de Especial Protección para las Aves) y allí nidifican y tienen su hogar cormoranes, halcones, gaviotas de Audoín o Paíños europeos, entre otros. Dicho de otro modo, no se puede desembarcar en la isla, mejor dicho en las islas, ya que en el Farallón tampoco, ni acercarse a menos de 50 metros.

Esta prohibición, además de proteger a las aves, está haciendo en ocasiones un favor a los posibles visitantes porque el Mediterráneo es muy borde y algunos que han cometido el error o la infracción de ir a la isla luego se han visto en apuros y han tenido que pedir socorro para salir de ella. Cosas del Levante y el Lebeche y las corrientes que se forman.

La isla de la Bota se ve, pero no se toca.