¡Ay, mi Alameda!

¿Por qué la Alameda es mi calle favorita de Cartagena? ¿Porque nací allí? ¿Porque mi primer trabajo fue allí? Podría ser, porque egocéntrico soy un poquico, o un muchico, depende de cómo me levante. Pero no es sólo por eso. Hay más.

La Alameda de San Antón, además de ser bonita, al menos a mis ojos, y de tener mucha historia a lo largo de un kilómetro, porque eso es lo que mide, representa la capacidad de renacer una y otra vez tras ser arrasada. Porque mira que lleva destrucciones, la pobre.

Dije que mide un kilómetro, y no es que me haya entretenido ni en medirla con una cinta métrica ni, lo que es más común, tampoco lo haya hecho con el cuentakilómetros del coche, no. Lo sé porque hay, o había, un mojón de carretera, en la Plaza de España, que es donde nace la Alameda, y había otro al llegar a la entrada del Barrio de San Antón, que le da nombre a la calle y que también es donde termina esta.

Alameda y Plaza de España – Años 60

De mojón a mojón y mido porque me toca: un kilómetro; lo dicho.

También me gusta la Alameda porque es ancha, como Castilla; y es recta, como los raíles de los trenes que tuvo Cartagena desde 1865 hasta 2022. Su orientación norte-sur y las características citadas anteriormente, anchura y rectitud, la hacen muy luminosa, ya que el sol corre por ella prácticamente desde su salida hasta su ocaso.

Puertas de Madrid – 1902

De jovencito ya me preguntaba yo ¿y por qué la llaman alameda si no hay álamos? Ah, pero los hubo. Dije anteriormente que tiene mucha historia “mi” Alameda. En enero de 1591, el 15 de enero para ser más precisos, según cuenta el cronista Isidoro Martínez Rizo “nuestro Concejo ordenó plantar árboles de la familia de los álamos desde las puertas de la ciudad hasta la fuente que existe a la orilla del camino de Murcia”.

La orden del Concejo, que era como llamaban entonces al Ayuntamiento, era más larga y compleja, aquí la he abreviado para evitar enrollarme más de lo habitual.

En aquellos tiempos toda esa zona era huerta y, a través de ella discurría un camino que iba a Murcia y, andando, andando, a Madrid. Aquel camino arrancaba en los que hoy es aproximadamente la Plaza de España, saliendo de las murallas, por las puertas que se llamaron, precisamente, Puerta de Madrid y luego Puerta de Murcia.

Y el plantar álamos y olmos es porque eran las maderas preferidas en la construcción naval, y aquí se elaboraban las galeras y demás embarcaciones de Su Majestad. Porque recuerden sus señorías que, en épocas de absolutismo, todo era propiedad del rey, y la gente no eran ciudadanos, sino súbditos. Vamos camino de eso otra vez, aunque sin reyes; en lugar de eso son los CEO’s de empresas los dueños del cotarro, con la ayuda de sus sicarios: los partidos y las ONG’s.  Pero me estoy desviando, como siempre.

También he dicho, creo, que ha tenido muchas destrucciones mi pobre Alameda. Entiéndase por talas generalizadas y nuevas plantaciones de árboles. Porque los árboles siempre hay alguien a quien estorban por cualquier motivo. Siempre había pensado que era porque los ramajes, si eran muy bajos y tupidos, estorbaban a la cornamenta de algunos, que se les enredaban al pasar y ordenaban cortarlos, pero, al parecer, hubo también otras razones.

En 1724 hubo un señor que era, además de gobernador político y militar de Cartagena, Comandante General del Reino de Murcia. ¿Se imaginan, en la actualidad, que el gobernador de Cartagena sea el mandamás de la región de Murcia? No ¿verdad? Yo tampoco, no tengo imaginación para tanto. El caso es que aquel señor, conde Arschot de la Riviere, imagino (repito, imagino) de origen belga, cuando Flandes era español, ya que hay una región en Bélgica con ese nombre. Bien el conde Arschot de la Riviere, según se sabe, era un tipo muy enérgico y, al parecer, los tenía cuadrados. Además era una época muy convulsa en España (¿cuándo no?) había subido al trono Luis I, hijo de Felipe V, el primer Borbón. Pero el pobre zagal duró muy poco porque la palmó, reinó solamente de enero a agosto, y volvió a ocupar el trono su padre, por necesidad. Su padre, Felipe V, que ya estaba jubilado y estaba más zumbado que las maracas de Machín. Pero vuelvo a desviarme; en cuanto cojo la historia, me desquicio.

Decía yo, que el tal Arschot era muy enérgico y además el reino estaba gobernado con manos poco firmes, así que la firmeza la ponía él. Y dijo que “…para adorno de esta ciudad, beneficio y diversión de su público, se han plantado, en la salida de ella hacia San Antón y diferentes caminos de Murcia y Lorca diferentes calles de álamos, cuyo plantío se ha de continuar en las partes y sitios que convengan…”

Se plantaron, por tanto, en diferentes sitios y hubo, no una, sino varias alamedas, aunque la más importante era la que iba de la ciudad a San Antón. Sabemos que en el año 1785 contaba con 271 álamos blancos y 71 negros. Pero luego estaban los que iban en la alameda desde San Antón a Fuente Cubas con 171 álamos y la alameda de este barrio hasta Los Dolores con 251. Entre estos y otros lugares, en total hubo 852 álamos. Y quedó satisfecha mi curiosidad de porqué se llamaba Alameda una calle que (ahora) no tiene álamos. Ahora veremos porqué, ya que la historia está apenas empezando.

Además de orden estos plantíos, el Sr. Arschot se encargó de protegerlos con mano dura: “…y deseando su mayor protección se castigará con 6 años de galeras (¡ni Charlton Heston en Ben Hur estuvo tanto tiempo!) a los que maliciosamente sean osados de cortar, arrancar o en otra forma herir o dañar a dichos árboles…”. A este hombre me gustaría tenerlo ahora vigilando a los que arrancan olivos para poner placas solares. Eso sí es proteger a la naturaleza y no los Pactos Verdes del Parlamento Europeo.

En 1810 lo árboles se talaron, quizás por primera vez, no estoy seguro, pero sí sabemos que fue por culpa de los gabachos. Los árboles, aquellos y todos, tienen un sinfín de ventajas, pero también algún inconveniente y es que, si estás en guerra y se acerca el enemigo, no lo ves. Era la guerra de la Independencia y ante la amenaza francesa, hubo que despejar el panorama para ver con tiempo si la ciudad estaba en peligro.

Lo chocante, iba a decir lo gracioso, pero las guerras no tienen gracia; lo chocante es que los franceses ni tocaron Cartagena. Querían hacerlo, claro, y dirigidos por el general Soult (o mariscal, que no me sé muy bien los galones gabachos) venían dispuestos a hacer lo que habían hecho en otras partes: destruir, violar, pillaje, robar… Y era el 23 de mayo de 1812 cuando los franchutes aparecieron. Pero no contaban con los artilleros del Atalaya que les enviaron unos cuantos pepinazos bien dirigidos.

Los franceses dijeron algo así como “¡Mon dieu, estos pepinés que da el campo de Cartagena, son muy grossos… demasié. Preferimos los de la huerta murciana. Vamos pallá”. Y se dieron la vuelta y se fueron a Murcia, donde sí hicieron de las suyas. Esto es una versión mía muy libre, porque no hay documentos con las conversaciones entre Soult y sus esbirros. El caso es que tras la batalla de Álava en 1813 la guerra terminó y nos habíamos quedado sin verle el morro a los franceses y sin árboles.

Los árboles se replantaron en 1814 pero… en 1823 hubo que volver a talarlos. ¿Por qué? Otra vez los franceses de por medio. ¡Hijos de…! Sí, los Cien Mil Hijos de San Luis, volvieron a invadir la península, para quitar el gobierno constitucional y poner en el trono a otro “Hijo De”, sí Fernando VII, el rey felón. Seguramente el peor rey de la historia de España, y mira que tenemos donde elegir. Ya teníamos al absolutismo reinando de nuevo. Pero me desvío de la Alameda.

Ya tenemos de nuevo árboles. ¿Creen que durarían mucho? Efectivamente:  NO. En 1844 hubo unos levantamientos liberales y progresistas en algunas ciudades contra el gobierno absolutista de Isabel II (Isabelona), hija del rey felón. Cartagena y Alicante, entre otras, estaban en esos focos liberales rebeldes. Entonces enviaron al general Roncali (Federico Roncali y Ceruti, primer Conde de Alcoy) que era Capitán General de Valencia (creo) a tirarnos de las orejas a los alicantinos y cartageneros. ¿Y que hicimos? Efectivamente, talar los árboles de la Alameda para ver llegar a Roncali.

A Cartagena le fue bastante mal en aquella ocasión. La Marina, o la escuadra, como prefieran, se mantuvo fiel al gobierno reaccionario y bombardeó la ciudad desde los barcos. Aquello debilitó las defensas y las tropas de Roncali entraron la ciudad. Hubo una represión muy dura y se habla de hasta 200 fusilados en castigo por el levantamiento. O sea que tenemos una Alameda pelada, sin árboles, y mirando a una ciudad castigada y con víctimas.

Tras secarse las lágrimas, Cartagena plantó árboles de nuevo. Seguíamos teniendo álamos. Que también sufrirían el hacha. Ahora en 1873. ¿Y qué paso en ese año? Pues el famoso Cantón de Cartagena, aquella heroica y valiente locura. Una estupidez descomunal mitificada por los historiadores contemporáneos. Pero de eso escribiré otro día. De momento nos baste saber que, para ver bien a los ejércitos centralistas de la I República, talamos los árboles de Alameda. Sí, otra vez.

Esto terminó peor que lo de 1844. Media ciudad destruida, y muchos muertos, tanto por la defensa de la ciudad como por la explosión del polvorín el 7 de enero de 1874 que causó al menos 300 muertos, sobre todo civiles.

Cuando aquello pasó, se compraron en Novelda 1.550 álamos negros para repoblar lo talado. Se pusieron también bancos de hierro.

En 1875 se construyó una plaza de toros junto a la Alameda que no parece que tuviese mucho éxito. Como tampoco tuvo éxito en 1877 el intento de elevación de un globo en los terrenos aledaños de la Alameda.

En 1879 se inauguró el alumbrado a lo largo de toda la Alameda, aquello sí tuvo éxito. (Aunque se remodeló en 1891).

En 1897, con diseño del arquitecto Tomás Rico, queda como un paseo, con nuevos bancos, con mucho éxito de afluencia de público. Tenía además una zona reservada a los ciclistas para que no molestasen a los peatones. ¡Y nos creíamos que el carril-bici era cosa de modernos!

A finales del siglo XIX se empezaron a plantar muchos eucaliptos en lugar de álamos. No era por capricho o moda, sino porque el ensanche siempre ha tenido problemas de aguas y encharcamientos, lo que daba lugar a plagas de mosquitos, y las raíces de los eucaliptos tienen la propiedad de absorber mucha agua, por lo que se empleaban para ir desecando el terreno.

Todo el mundo en Cartagena (todo el mundo es un decir, ya lo sé) sabe que la calle Ramón y Cajal es también la Calle 18, porque ha conservado el número de cuando se planificó el Ensanche cartagenero y a cada calle se le asignó un número. Algunos, pero ya menos, saben que Ángel Bruna es la Calle 14. Pero ¿Cuántos saben que la Alameda es la Calle 20? ¿No lo sabía? A la cama no te irás…

Uno de los edificios con más historia es la “Fábrica de la Luz”, del que ya solo quedan los restos como símbolo porque sus terrenos los ocupan unos grandes almacenes famosos en toda España. La Fábrica de la Luz que, en realidad era la Fábrica de Electricidad Hispania, comenzó a construirse en 1900 y al año siguiente ya estaban terminadas sus dos chimeneas que, en aquel momento ostentaron el récord de ser las más altas de España; al menos una de ellas, con 54,5 metros de altura.

Fábrica de la Luz

Otro edificio emblemático y, para mí, entrañable, es el de la Cruz Roja (hoy ya no tiene ese nombre) porque nací allí. En una época en que todavía casi todo el mundo nacía en su casa, a mí me llevó mi madre a parirme al hospital de la Cruz Roja. No sé si era ella una adelantada de su tiempo o lo era yo.

Hospital de la Cruz Roja

Cuando se construyó eran las oficinas de una compañía de seguros, luego en 1921 pasó a ser hospital de sangre, donde se atendía a las víctimas de la guerra de África, o habría que decir, mejor, las guerras. En 1934, durante la II República se convirtió en dispensario de la Cruz Roja y fue hospital de esta institución hasta 2005. Pasó a ser del grupo hospitalario Perpetuo Socorro y en 2022 se reconvirtió en residencia de mayores.   

La Alameda ha visto correr por ella tranvías, bueno los ha visto pasar, porque correr lo que se dice correr, poco. Primero eran de tracción sangre, tirados por mulas, y luego por energía eléctrica. Por ella discurrían las líneas que unían la ciudad con San Antón, Los Dolores y Los Molinos, que era como se llamaba antes el Barrio de Peral. Había dos carriles, a derecha e izquierda, uno era para “subir” a los barrios y el otro para “bajar” a Cartagena.

Tranvías por la Alameda

Durante años, para mí, desafortunados, la Alameda se llamó de otro modo. En 1920 el Ayuntamiento le cambió el nombre como calle Fernando Garrido. Al final, en 1960, se impuso el sentido común, y le volvieron a cambiar el nombre llamándola como le decía todo el mundo: Alameda de San Antón.

Se me olvidaba, hablando de hospitales, que también estuvo allí el Hospital-Clínica “18 de Julio” fundado en 1940 por la obra social de Falange Española. Aquel edificio pasó luego a manos de CC.OO. Ñam.

Y como una cosa lleva a la otra, cosas de fachas, acabo de acordarme de la Cruz de los Caídos que había en la confluencia de la Alameda con la Plaza de España. Fue demolida en 1993, mucho antes de que se pusiera en marcha la Ley de Memoria Histérica.

Cruz de los Caídos

La Alameda ha visto incluso el I Concurso Hípico Nacional que se celebró en 1945 en un “hipódromo” construido junto a la Fábrica de la Luz: el Campo La Luz. Dicen que se construyó más rápido que hacen los chinos un hospital contra el covid, en el que al parecer emplearon sólo 10 días. Concretamente el Hospital Huoshenshan de Wuhan. Bueno, pues el Campo La Luz, según la prensa de entonces, surgió como “por arte de magia”. La Alameda es mucha Alameda.

Campo La Luz

Hablando de eucaliptos antes, me olvidaba de la última tala sufrida. Septiembre de 1989. Como estaban ya los árboles muy envejecidos y en malas condiciones, el Ayuntamiento que era gobernado por el Partido Cantonal decidió cortarlos para renovarlos y plantar otros árboles. La oposición aprovechó la ocasión para montar alguna algarada con la ayuda de los ecolojetas. No hay nada como tener una ONG subvencionada o ansiosa de subvenciones, para que te apoye en tus gestiones de gobierno u oposición. Se montó un buen follón con gente encadenada a los árboles y todo, en plan americano. Como no se pudieron talar todos, se dejó aquello dormir y el gobierno cantonal, los muy zorros, de noche, con nocturnidad y alevosía, en enero o febrero de 1990 ¡zas! se cargaron todos los que quedaban.

Tala de ecucaliptos – Septiembre 1989

Luego se construyó un hermoso paseo con diferentes plantas que todo el mundo (salvo los fanáticos) reconocen que mejoró mucho la Alameda, pero el follón y la labor de desgaste había que hacerla y se hizo por la oposición y sus muchachos.

Voy a ir terminando porque me voy a ver un partido de fútbol del Efesé contra el Real Murcia. Pero no puedo cerrar este… iba a decir artículo, pero no tiene esa categoría. Digamos que no puedo cerrar esta cosa que he escrito, sin hablar de la fuente central de la Alameda.

El 16 de mayo de 1945 llegó, por fin, el agua a Cartagena, gracias en gran medida a las gestiones del Almirante Bastarreche. El agua tan esperada del río Taibilla a donde llegó ese día fue a los depósitos de Tentegorra. Y tres días después, el 19 de mayo, para celebrar algo tan importante para una ciudad que siempre ha padecido de sed, se inauguró una fuente alargada, con luces, y aquello fue amenizado con una verbena popular.

La fuente de la Alameda, funcionando.

Podría contaros más cosas pero el fútbol entre aladroques y barrigaverdes no espera.

Cuando paséis por la Alameda u os toméis un café en una de sus terrazas, no penséis que estáis en una calle más. Recordad su historia y sabed que estáis en MI Alameda.

Que no, que es broma, que también es vuestra. Un abrazo.

Calle Isla de Delos, mi calle

No todo el mundo ha tenido la oportunidad de bautizar (nominar sería lo más acertado) una calle, y yo lo hice. La Calle Isla de Delos, en la Manga del Mar Menor.

La historia comenzó cuando me fui a vivir, en 1988, a una calle sin nombre. Como suena, aquella calle, preciosa, peatonal, con un pequeño canal que unía y une el puerto deportivo de Nuevo Puerto Bello con el Canal de la Gola, en La Manga, no tenía nombre.

Una bonita calle, pero sin nombre.

¿Se imaginan lo que es vivir en una calle que no tiene nombre? ¿Se hacen una idea de la dificultad para explicar a alguien que no conoce La Manga a dónde han de llevarte un colchón o un frigorífico, que venga de Murcia, por decir algo?

«Cuando llegue usted al kilómetro dos, toma el cambio de sentido y entra en la calle donde está el Cine, al llegar al cine gire a la derecha, siga todo recto hasta que llega a un pequeño puente. Allí, en la esquina, hay una cabina telefónica. En esa calle hay un pequeño canal (no confundir con el canal grande de Marchamalo). Cuando llegue a la tercera escalera, es en el segundo piso» Divertido ¿verdad?

Cuando le pasa a otro sí, pero cuando lo vive uno mismo durante años, no lo es tanto. Llegué a hacer e imprimir un pequeño plano para entregar a los amigos y conocidos que me iban a visitar.

¿POR QUÉ SIN NOMBRE?

No tengo ni idea. Dejadez municipal, olvido, caos urbanístico de La Manga. Me tomé el trabajo de buscar por si se había caído la placa en su día o algo así, pero no. Tenían nombre todas las de alrededor, y eran nombres de islas griegas: Isla de Anticitera, Isla de Lesbos,

Eran muchos años de incomodidades y decidí hacer algo: pedir al Ayuntamiento que nominara esa calle, mi calle. Y, además, para hacerlo más fácil, les sugerí un nombre: Isla de Delos.

Delos. Isla de los dioses.

Ni corto ni perezoso, como se dice habitualmente, en julio de 2010 le escribí al Sr. Concejal y en la carta, además de otras cosas, le decía: «

,,,en caso de que aún no tuviese nombre como creo, me permito el atrevimiento de sugerirle uno: Calle de la Isla de Delos. Al ver que las calles del entorno están recibiendo nombres de islas griegas de relevancia, como el de Anticitera, donde se encontró el llamado “artefacto de Anticitera”, una especie de calculadora anterior a Cristo, o el de la Isla de Lesbos, lugar de cultos paganos cuyas sacerdotisas practicaban el amor lésbico, palabra que tiene su origen precisamente en el nombre de la isla, pensé que estaría en armonía con las vías adyacentes el que mi calle se llamase de la Isla de Delos.

Islas Cícladas. Alrededor de Delos.

Esta isla, según la mitología griega, fue donde nacieron los hermanos gemelos Apolo (el Sol) y Diana (la Luna). Delos, además, pese a su pequeño tamaño, estaba en el corazón de las islas Cícladas y pese a que casi no estuvo habitada con población fija, sí tuvo muchas visitas por ser sede de templos muy importantes y lugar de culto entre los antiguos griegos. Hoy sigue teniendo esas visitas, por motivos turísticos, claro».

RESPUESTA AFIRMATIVA

La corporación tuvo a bien aceptar mi propuesta, y así me lo comunicaron el 13 de octubre de ese mismo año.

Como yo sé que las cosas de palacio van despacio, me dispuse a esperar que colocasen el oportuno rótulo con el nombre de la calle. Pero pasaron los meses y todo seguía igual. Cuando se cumplió un año, me dirigí de nuevo al Sr. Concejal pidiéndole colocasen un rótulo ya que el personal seguía sin saber el nombre de la calle y los problemas eran los mismos.

Y LO COLOCARON, PERO…

Efectivamente, el rótulo, meses después fue colocado… pero mal. El lugar que escogieron para ubicarlo correspondía a la calle Isla de Anticitera; de modo que los problemas habían aumentado. Mi calle seguía sin nombre, o sin rótulo, mejor dicho, y la calle Isla de Anticitera tenía dos nombres distintos.

VUELTA LA BURRA AL TRIGO

Con fecha 26 de abril de 2012 escribí de nuevo al Ayuntamiento explicándoles el problema. Les acompañé fotos del rótulo mal colocado, del plano de la zona con la calle correcta e incluso les sugerí varias ubicaciones adecuadas paras el rótulo en un esquema.

POR FIN TENEMOS NOMBRE

Esta vez la respuesta fue más rápida y en mayo de 2012, casi dos años después de iniciar la aventura, mi calle, por fin, tenía nombre: CALLE ISLA DE DELOS

Calle Isla de Delos, con su rótulo correctamente colocado.

MI CALLE YA NO ES MI CALLE, PERO SÍ

Este verano de 2023 será el primero después de muchos en que la calle Isla de Delos ya no será mi calle, porque ya no vivo allí.

Pero aunque ya no sea mi calle, por todo esto narrado, la calle Isla de Delos SIEMPRE SERÁ MI CALLE.

La pesadilla de Astérix

Según cuentan, los galos sólo temían a que el cielo cayera sobre sus cabezas. Al menos eso he leído siempre en los cómics de Astérix.

Aquel día, hace ya unos meses, cuando todavía me gustaba pasear por la calle porque no había que llevar bozal, bajo el Gran Hotel de Cartagena, al mirar hacia arriba, eso es lo que me temí, que el cielo cayera sobre mi cabeza, pero no, al final no cayó el cielo… ni una gota tampoco.

Esa silueta…

«Reconocería esa silueta en cualquier parte», dice Bert, el deshollinador cuando la sombra de Mary Poppins se proyecta en el suelo donde está dibujando.

A mí me ocurre igual con esa silueta que se proyectaba en el edificio de enfrente. Podría reconocerla en cualquier lugar.

Silueta del Ayuntamiento de Cartagena

Desde El Molinete, con amor

También podría titular «Desde el monte de la Ciudadela de Asdrúbal» (Mons Arx Asdrubalis). En él construyó su palacio Asdrúbal el Bello, y es una de las Cinco Colinas de Cartagena.

Otra de las colinas es la que se ve al fondo, se llama Monte de Eshmún o de Asclepio (Mons Asclepii), donde se edificó un templo a Esculapio. Ahora se llama Monte de la Concepción, aunque también hay quien le llama Cherrosenizo. Otros le llamamos todavía «El Castillo de los Patos«.

¡¡Cuantos nombres ¿verdad?! Es lo que tiene contar ya tres mil años de historia.

Calle La Mancha

Las fotos hechas con el móvil no son las más deseables, tanto por la calidad como por el formato, pero hay ocasiones que no hay que dejar escapar.

En realidad no es la calle La Mancha, pero debería serlo.

Iba con mi mujer por la calle Tierno Galván, en Cartagena, y lo vi allá al fondo, recortándose contra el cielo temprano, y me sentí Don Quijote ante un gigante.

Tampoco es un molino propio de La Mancha, sino uno típico del campo de Cartagena, especie singular y única en España. Dicen que lo más parecido se encuentra en la isla griega de Mikonos, no sé si será verdad.

El caso es que por unos momentos me volví el caballero de la triste figura, pero no lanza en ristre, sino con móvil.

Un libro sobre pecados

Recibí ayer un libro de José Javier Esparza titulado «Los ocho pecados capitales del arte contemporáneo» y me acordé de esta foto que tomé hace unos días en una plaza de mi ciudad. La Plaza del Rey, concretamente.

Obviamente, no he leído aún el libro, pero estoy seguro de que esta creación atenta contra uno o varios de esos supuestos pecados. Lo comprobaré.

Calle del Conducto, donde tanto trabajé

Calle del Conducto, versión añeja.

No lo han pillao con el carrito del helao, sino con el de las chuches.

Tengo especial cariño a esta calle ya que la visitaba casi a diario durante una parte de mi vida, cuando trabajaba para Publicidad Cros, que entonces tenía allí su domicilio.

Origen del nombre de Calle del Conducto

Tomó su nombre por un conducto que recogía las aguas procedentes de la calle Santa Florentina, que entonces era una rambla (y que a su vez recogía las aguas procedentes de la Serreta) y las vertía en la calle Real.

Dársena de botes, terreno ganado al mar

Ganado al mar.

«Estoy tan acostumbrado a perder que cuando gano me cabreo», repite a menudo un buen amigo.

Se refiere, sobre todo, al fútbol, a nuestro desafortunado equipo el Efesé, que acumula tantos infortunios o más que el «pupas» Atlético de Madrid, aunque no seamos tan famosos.

La frase la hace extensiva mi amigo a otras pérdidas que atañan a la ciudad en general, porque también pierde, perdemos todos, con bastante frecuencia.

Algunas veces, claro, también ganamos, aunque sea al mar.

Dársena de botes antigua.
Cartagena no siempre pierde

Por ejemplo, la antigua Dársena de botes hoy esta ocupada por la Plaza de los Héroes de Cavite (aproximadamente) en un terreno que se ganó el mar.

Terreno ganado al mar.

En la dos fotografías -que tienen bastantes años de diferencia- puede verse la misma zona aproximada.

Antes y después de ganar al mar esos terrenos. Para que no podamos decir que Cartagena siempre pierde.

 

Adarve, sabor añejo

Adarve, una calle con sabor añejo

Calle Adarve

Adarve, palabra de origen árabe, significa «protección, defensa, muro de una fortaleza», y esta calle tomó ese nombre ya que parte de ella la formaba la muralla que protegía a Cartagena.

Una calle pequeña pero cargada de historia

Tiene historia por todas partes rodeándola: , aquí lo puedes comprobar.   

Y aquí también, en este artículo de La Opinión.