Nací en plena canícula y justo al mediodía. Creo que aquella fue la primera bofetada que recibí en mi vida; el caso es que le huyo al sol y al calor y les temo más que a una vara verde. Quizás por eso las horas centrales del día son las peores para mí y prefiero, con diferencia, el amanecer y el anochecer.
Amanece sobre el Mediterráneo
Tenía un amigo, que lamentablemente ya no está, y que cada mañana, invariablemente, medio en serio y medio en broma, hacía una especie de ritual muy sui-géneris en que se dirigía al sol saliente y decía algo así como “Gracias, Señor, por permitirme estar un día más entre tanto cabrón y tanto hijo de puta”. Aquello, tan poco elegante para unos y tan chistoso para otros, no era ni una cosa ni la otra. Yo, que lo conocí bastante bien, sabía que era un agradecimiento sincero a lo que él entendía como ser superior por ver la luz de un nuevo día a pesar de todas las dificultades y sinsabores que el día podría depararle, y era lo suficientemente tímido como para no reconocerlo abiertamente y lo suficientemente cínico como para disfrazarlo de una pátina de irreverencia que impedía que los más agresivos se burlasen de su intimidad.
Me gusta, y mucho, “Amanece, que no es poco”, una película de humor absurdo y surrealista, hecha por el genial José Luis Cuerda. La veo de cuando en cuando y me acuerdo de mi amigo aunque solo sea por el título porque, para él, el que amaneciera ya era mucho. Le gustaba vivir y era feliz de sentirse vivo cada mañana, cuando se elevaba el sol.
Para mí, el amanecer y el anochecer son horas mágicas en que todo es posible, como en la película “Lady Halcón” interpretada por Michelle Pfeiffery Rutger Hauer , y dirigida por Richard Donner. O esos momentos de incertidumbre, de cambio, de crisis, en los que, como decía el filósofo marxista Antonio Gramsci “lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer”.
Aunque me gustan ambos momentos, amanecer y atardecer, tengo mi preferencia por el primero, por la carga de inicio, optimismo, comienzo, esperanza, energía, fuerza y un montón de sinónimos más que se podrían citar. Y no es porque yo sea optimista, que no lo soy, sino por todo lo contrario, porque necesito ponerme al lado de quienes lo sean o estar en situaciones que lo promuevan, para que me den lo que no tengo.
Luego, cuando amanece, le sucede un atardecer o anochecer, invariablemente. Y tendrá el sabor agridulce de las despedidas, la melancolía de lo que se apaga. También conocí a alguien, que tampoco está, que su ritual particular era con el anochecer y consistía en fijar los ojos en el sol que ya se estaba ocultando en el horizonte, aprovechando esos momentos en que ya su luz agonizante no daña la retina, y contener la respiración hasta que se apagaba el último rayo solar.
Isla de la Hormiga
Y aunque no sigo ninguno de los rituales, también estoy contento de estar entre tanto hijico. Por ahora.
Cartagena va despertando
Cuando puedo, cuando tengo una cámara a mano, y a veces hasta con el móvil, aunque no me guste hacerlo con un chisme que es para hablar, recojo unos momentos y otros. Por supuesto se pueden encontrar por la red fotos de amaneceres y atardeceres mucho, muchísimo, más bonitos, pero éstos tienen para mí algo diferente, y es que, claro, son los míos.