Hace unos días se me fue al cielo un amigo, Juan Mediano, y ahora se me ha ido una amiga, esta de cuatro patas, Noah.
Sí, ya sé que Noah es nombre masculino, es el Noé de la Biblia, pero Noah no era mi perra, era de unos vecinos, de modo que las reclamaciones… al maestro armero. Bueno, a lo que íbamos.
Noah era una perra especial (sí, es verdad, todos los perros son especiales además de ir todos al cielo) pero algunos son más especiales que otros. Era una golden retriever, y si todos los golden son dulces y amables, Noah era criticada entre la comunidad perruna de los golden por dulce y amable, imagínense.
Noah, en el cielo. Otra amiga esperándome.
Si a eso le añadimos que era amiga y compañera de paseos nocturnos de mi perro Lanzarote, y que cuando murió éste, ella lo seguía esperando en la puerta todos los días, esperando verlo salir como siempre, algo que ya nunca ocurrió, entenderán que esta perra era, en verdad, algo muy especial para mí.
Esperando a Lanzarote
Bien, pues Noah se ha ido. Ya era mayorcita, se le habían ido complicando las funciones vitales y han tenido que dormirla para siempre. La han incinerado. Pedí a sus dueños una poquitas cenizas para guardarlas en la caja donde tengo las de Lanzarote para que reposaran juntos, pero no ha podido ser. A pesar de haberlas pedido más de una vez, no las he conseguido, por olvido, falta de voluntad o por lo que sea.
Todos tenemos buena memoria y no olvidamos nada. Un beso muy grande Noah, ya nos veremos alguna vez y volveremos a pasear con Lanzarote. Con cenizas o sin cenizas.
El pero no es el marido de la pera, sino una variedad de manzana, más alargada que ancha. También se conoce en algunos sitios como pero a toda manzana verde.
La cosa va por zonas. Hay regiones donde la palabra pero (refiriéndose a la fruta) está muy extendida y otras donde casi ha desaparecido. En mi tierra, Cartagena, cuando yo era niño (porque sí, un día lo fui) era mucho más corriente llamar así a las manzanas que de cualquier otra forma.
El pero. Ya está puesto.
Aunque en este blog (personal, recuerdo otra vez) tengo una sección dedicada al habla de mi tierra, el pero de esta entrada no va de eso.
Lo voy a explicar mejor con una anécdota. En Navidad, en el Arsenal Militar se solía hacer un concurso de belenes y la competición era reñidísima porque todos los años había algunos realmente maravillosos. Yo hacía el recorrido cada año y disfrutaba como un enano porque me gustan mucho tanto la Navidad como los belenes, cosas ahora muy mal vistas y hasta prohibidas en ocasiones por el pensamiento políticamente correcto.
Hablo en pasado porque hace años que no visito el Arsenal y no sé si la costumbre se mantiene o ha llegado allí también la ola de pensamiento único. Ojalá que no. Bueno, sigamos a lo que iba, que me voy por las ramas del manzano, o del peral.
El caso es que una vez, visitando uno de los belenes -muy bonito, por cierto- me encontré con que había una manzana bien hermosa entre los demás personajes del belén. Estuve un ratito intentando encontrarle sentido a aquello; no sabía si era una broma, un olvido de alguien que había estado desayunando o qué sé yo qué.
Al final, uno de los militares que trabajaban en aquella dependencia se me acercó, viendo mi perplejidad, y me lo explicó. Como no recuerdo las palabras exactas ya que hace mucho tiempo, lo contaré con las mías propias aunque, en esencia, venían a reflejar lo mismo: «Mira, como los cartageneros somos… así , son muchos los que después de verlo y repasarlo, el único comentario que son capaces de hacer es ponerle algún PERO. Por eso, nosotros, el pero ya lo tenemos puesto también, y no necesitamos que vengan con él».
Yo he copiado aquello, que me gustó tanto, y he decidido ponerle mi propio PERO a mi blog. Ya está puesto.
Hace tiempo ya escribí una entrada especial sobre este asunto, más o menos, explicando que esto no lo ha puesto el Ayuntamiento. Pero como era de esperar, sirvió de muy poco.
Tengo paisanos que se limitan a utilizar los comentarios para decirme lo que falta y lo que sobra, lo que está mal y lo que está inexacto, o sea, para ponerme el pero correspondiente. Unos lo hacen con educación y delicadeza, lo cual se agradece, otros lo hacen con la misma elegancia que el elefante en la tienda de porcelanas, lo cual se agradece también, pero menos.
Y están los que me mandan lo que tengo que poner, ya escrito y todo, para que no tenga que esforzarme mucho.
Mi blog lleva a día de hoy, 5 de febrero de 2021, más de 150.000 visitas. Comentarios lleva unos 170 y, de ellos, la inmensa mayoría es para repartir peros. ¡Con lo fácil que es abrir un blog propio y escribir lo que a uno le dé la gana! ¡Y es gratis, además! Pero parece que es más fácil poner el pero.
Alguien tenía y tiene que decirlo Y, de hecho, ya somos bastantes en términos absolutos pero pocos, muy pocos, en términos relativos a la totalidad de gente a la que le importa poco o nada lo que ocurra con su idioma. Hagamos un pequeño experimento. Les voy a escribir una noticia -supuesta- que podría oírse en cualquier emisora de radio o televisión o leerse en cualquier tipo de prensa:
«El Presidente de la Xunta de Galicia recibió el pasado domingo al President de la Generalitat de Catalunya y al Lehendakari de Euskadi en la ciudad de A Coruña donde trataron diferentes asuntos. Durante el viaje fueron escoltados por miembros desplazados de la ertzaintza y Mossos d’esquadra.»
¿Encuentran algo raro? ¿no? Bien, hagamos otra prueba. Les leo otra noticia.
«La Queen de England recibió el pasado domingo a la Kanzler de Deutchland y al Prèsident de France en la ciudad de London. Durante el viaje fueron escoltados por miembros desplazados de la BundesPolizei y la Gendarmerie».
En ambos casos el procedimiento ha sido el mismo: sustituir palabras del castellano por palabras de otras lenguas, sólo a que unos cambios ya nos tienen acostumbrados y a los otros todavía no. Y yo les pregunto ¿cómo llamarían Vds. a quien así hablase, diciendo Queen en lugar de reina o London en lugar de Londres? ¿Cómo llamarían a esos que les importa un bledo la conjugación, la sintaxis y la morfología de la lengua castellana?
No sé cómo les llamarían ustedes. Sólo sé cómo les llamo yo pero, eso sí, en la intimidad. Porque en el blog no me gusta dejar palabras malsonantes.
Sí, ya sé. Hay quien me dirá que hablar así es «políticamente correcto» y queda mejor para tener contento a alguien. Alguien a quienes yo alabo el gusto y que, precisamente, lo que hace es defender su idioma con uñas y dientes. Igual que hago yo con el mío. Hay que poner los puntos sobre las íes. A quienes critico no es a esos «alguien» sino a los otros que intentan contentarlos a ellos adulterando el castellano.
Porque la lengua, el idioma, es nuestro, de todos. Si es de todos, también es mío. Y cuando alguien lo corrompe, está degenerando una cosa mía. Yo, como no tengo que contentar políticamente a nadie, soy totalmente libre para denunciarlo. Creo que del mismo modo que en los parques públicos hay unos cartelitos que dicen: «este jardín también es tuyo, cuídalo», deberían emitirse periódicamente unos mensajes de esos a los que nos tienen tan acostumbrados para ir adoctrinándonos que dijesen «el idioma también es tuyo, no lo adulteres». Pero, claro, no se iban a tirar piedras a su «terrao».
Antes he dicho que había gente a la que importaba un bledo la corrección en la utilización de nuestro idioma. Volvamos a la frase. Doy por hecho que ya saben que importar un bledo es lo mismo que importar absolutamente nada y ser totalmente indiferente a algo. Pero ¿conocen el origen de ese término? La explicación está en que el bledo, según dice el diccionario, es una planta anual salsolácea, de tallos rastreros, hojas triangulares y flores rojizas, que crece en las cercanías de las fuentes. Sus semillas se han utilizado a veces como alimento de aves de corral y también, en momentos de máxima necesidad y hambruna, esta planta ha sido alimento de personas en grado extremo de pobreza. Pero el sabor desagradable que tiene hizo que esta planta fuese siempre objeto de menosprecio por parte del pueblo.
Y otra expresión que he utilizado ha sido la de «poner los puntos sobre las íes». Esta curiosa expresión que tiene el significado aproximado de «poner las cosas en su sitio», tiene su origen en el siglo XVI, cuando se extendieron los caracteres góticos en la escritura y era muy fácil confundir dos íes juntas con una «u», por ejemplo. Entonces, para diferenciarlas y evitar los errores, los copistas y escribanos empezaron a poner un puntito sobre cada «i», de modo que se identificara fácilmente. Hubo quien pensó entonces que poner los puntos sobre las «íes» era una costumbre innecesaria y propia de personas excesivamente meticulosas o maniáticas del esmero. El éxito de poner los puntos sobre las íes fue total y la costumbre perdura todavía en nuestros días.
Ahora que estoy acabando este desahogo mental mío, me doy cuenta de que he empleado otra palabra que hacía mucha gracia a un amigo que era director de una emisora de radio: meticuloso. Él era y es muy culto y sabía que no significa nada de lo que podría parecer haciendo juegos de palabras, pero le gusta mucho la broma y siempre hacía chistes cuando yo la pronunciaba. Hablo en pasado porque hace mucho tiempo que no lo veo. Bueno, pues meticuloso no va de meter nada en ningún sitio.
Se refiere a alguien que actúa con mucho cuidado y escrupulosidad, con mucha meticulosidad, valga la redundancia. Parece ser que su origen está en el latín «meticulosus» (medroso, tímido, miedoso) y este, a su vez, de «metus» (miedo, temor). O sea que hablamos de alguien que actúa con mucha pulcritud, diligencia y exactitud por miedo a cometer errores.
Mis recuerdos navideños están llenos de olores, sonidos e imágenes variopintos. La mayoría agradables, y alguno un poco siniestro.
Entre los primeros están las tortas de Pascua que hacía mi madre, y su aroma, el sonido de los villancicos (todos en español, claro, el inglés no había llegado aún), el belén y sus figuritas de barro desportilladas, con el río hecho de papel de aluminio y el lago con un espejito.
Pero
Guardar
Copia de una tarjeta de Ferrándiz
Lo que hoy me ha despertado esos recuerdos son las tarjetas navideñas (entonces las llamábamos «crismas» por el Christmas inglés, y a mí me causaba perplejidad que denominase así a lo que se rompía uno cuando se caía por unas escaleras pero, en fin) y, entre ellas, destacaban los dibujos de Ferrándiz, el auténtico rey de la Navidad.
No he podido resistir la tentación de coger alguna de las que conservo y copiarla. Mejores, mucho mejores son las originales, qué duda cabe. Pero redibujarlas, fijarme en cada detalle, comprobar la complejidad y dificultad de cada trazo además de su belleza, me permite disfrutarlas mucho más que sólo mirarlas. Y ahí está de nuevo D. Juan Ferrándiz Castells, que falleció en 1997, que sigue ayudándome a disfrutar de la Navidad.
Especial ternura recuerdo a las bolas de adorno para el árbol, que iba a comprar con mi hermana. No sé si decir bolas o bola, en singular, porque el presupuesto de cada año no nos alcanzaba para más, y eso obligaba a elegir bien, pasando muchos minutos con la nariz pegada al cristal del escaparate, meditando y discutiendo la compra.
Aquellos objetos eran muy bonitos, al menos a mí me lo parecían, y muuuy frágiles, y eso ya no era opinión mía, era una realidad incuestionable. Eran de cristal, fino y delicado. Iban en cajitas con serrín o virutas de madera como embalaje y, aún así, se rompían con mirarlas.
He dicho que también había algún recuerdo siniestro, y es verdad. Ese era el buche del pavo, que mataban por Navidad las familias que se podían permitir hacerlo y que a veces se entregaba a los niños, inflado como un globo, para jugar con él. Y con las plumas nos hacíamos tocados de jefe indio para jugar.
Siniestro sí que era, pero no se puede negar que entonces se reciclaba mucho más que ahora.
Cuando la vimos por vez primera no sabíamos si era macho o hembra, de eso hace ya tiempo. Primero fue mi mujer, paseando a nuestro perro Lanzarote, y me dijo que era muy temeroso y no podía acercarse a él.
Parecía perdido, o más bien abandonado. Andaba buscando alimento, supimos después, pero siempre huía al intentar el acercamiento. Aparecía casi todos los días. Lo veíamos de lejos, suponíamos -y suponemos- que era un perro de caza de los muchos que hay abandonados por sus dueños, cuando son viejos o si no valen para la caza.
Me hacía sufrir aquel perro al que no podíamos ayudar, porque no se dejaba o no sabíamos convencerle. Era invierno, y trataba de suponer dónde pasaría las noches, con tanto frío.
Honey, hoy feliz ya.
Pero, como dice la ley de Murphy, no hay situación, por muy mala, que no sea susceptible de empeorar. Y empeoró.
Me dijo mi mujer que lo había visto que llevaba un pata colgando. Efectivamente, arrastraba una pata trasera, completamente fláccida, como si fuese unida al cuerpo por la mera piel. El pobre animal debía haber sido atropellado o golpeado por alguien con el alma muy negra.
Llegaron las lluvias y fueron muchos días y muchas noches en que lloré, imaginando cómo estaría aquel pobre perro. Y no sabía qué hacer. Aparecía a veces, arrastrando su pata y, tan pronto veía a alguien, huía entre las plantas yendo a Dios sabe dónde.
Como su aparición se repetía en ocasiones por una zona concreta junto a una rambla seca, decidí poner un cuenco con comida y otro con agua, un poco escondidos, tras un árbol y cercanos a su punto de huída y escape. Al día siguiente, el cuenco de comida estaba vacío.
Yo no sabía, claro, si era él quien lo comía o eran otros perros u otros animales, ya que por allí también hay liebres, algún zorro que otro, muchos gatos, y hasta un jabalí se ha visto. El caso es que aquello se repetía, yo echaba pienso y luego este desaparecía.
Decidí que tenía que saber si era él o no a quien estaba alimentando a ciegas. Fui a observar escondido algunos ratos libres y, por fin, una de las veces ¡apareció! Fue derecho al sitio a comer y, cuando acabó, se marchó por donde había venido, cojeando, aunque la pata ya no le colgaba tanto como antes. Parecía que empezaba a soldar, o al menos eso queríamos pensar mi mujer y yo.
La segunda vez que lo «cacé» le tomé algunas fotografías, de lejos. con el zoom y, en cuanto me hice ver para llamarlo, escapó corriendo. No pretendía llamar a la perrera, ya que sabía el destino que correría el pobre animal. La inmensa mayoría son sacrificados, aún estando en buenas condiciones; estando cojo era una condena a muerte segura. Lo que quería era avisar a alguna protectora por si ellos, que tienen más experiencia, eran capaces de capturarlo y protegerlo.
De lo que nos enteramos entonces, por casualidad, fue que aquel pobre animal tenía otro ángel de la guarda que lo cuidaba en la medida posible. Era una vecina a la que conocía mi mujer, aunque no vivía muy cerca de nosotros. Ella también le ponía comida y agua. De modo que tenía dos puntos de avituallamiento, aunque no se dejaba acercar a nadie. Su terrible miedo indicaba que había sido maltratado anteriormente.
Pero la situación iba a mejorar, por fin. Aquella vecina consiguió que fuera confiando en ella y la dejaba acercarse más. Eso hizo que pudiera dejarle ropas viejas que le sirvieran de cama, e incluso, con el tiempo, acariciarlo un poco. El paso siguiente era intentar capturarlo. Con ayuda de otra amiga, lo intentaron, un par de veces, pero no lo consiguieron. Huía y escapaba siempre.
Finalmente, consiguieron atraparla. La llevaron al veterinario, sobre todo por la pata, para ver si podía arreglarse aquello. Tenían dudas entre operar, amputar o dejarla tal y como estaba. Entre todos, nos ofrecimos a pagar la operación para restaurar aquella pata. Sin embargo, el veterinario aconsejó finalmente dejarla sin tocar. El hueso había hecho callo y, aunque la pata no estaba muy estética, terminaría por poder apoyarla bien y usarla. Se supo también que no era perro, sino perra. Y que además, estaba preñada.
Lo que sí había que hacer era esterilizarla. Y se hizo. Se perdió la camada, claro. Eran 16 los perritos que llevaba, aunque en fase muy poco avanzada.
Como nadie podíamos quedarnosla en casa, el destino era, tras esterilizarla y recuperarse, seguir alimentándola pero… viviendo en la calle, salvo que se le consiguiera «alojamiento» en alguna institución.
Costó un poco pero, finalmente, entró en una protectora que le dio cobijo. Ahora es una perra feliz y alegre. La bautizaron como «Honey». Hace poco hemos ido a visitarla. Le gusta mucho correr tras las pelotas de tenis y similares. ¡Qué lejos quedan aquellos tiempos en que iba arrastrando su pata!
Me hizo llorar mucho porque los perros tienen el don de hacerme soltar lágrimas; ya sea en la vida real, en la literatura, en el cine… soy así de blandito en el terreno canino.
Pero ahora, ella es feliz, y nosotros, mi mujer y yo, también.
Actualización marzo 2020
Estamos encerrados en casa por el dichoso coronavirus, de modo que tengo algo de tiempo para actualizar la información. Hace unos meses, pocos, tras algún intento frustrado de adopción en Inglaterra, finalmente Honey tiene un nuevo hogar, en Bélgica, como Puigdemont. A ver si hay suerte y se quedan los dos allí para siempre.
Me han llegado fotos de Honey con sus «papás» y hermanos. Hay incluso otro perro muy parecido a ellas. Incluyo las fotos donde se ve que, por fin, se hizo la justicia con la pobre Honey.
¡Que sea feliz por muchos años!. Y gracias infinitas a esta familia belga que decidió acogerla en su hogar.
He estado mucho tiempo sin escribir en este blog. No ha sido por olvido ni desidia. He estado en periodo de reflexión concerniente a diferentes aspectos de mi vida.
Con respecto a esta actividad bloguera en concreto, continuaré elaborando entradas correspondientes a la historia, constumbres, personajes, etc. de mi ciudad. Pero nada más. En el campo reivindicativo ya me he convencido de que los cartageneros no tenemos arreglo.
Hace casi dos años, como soy un poco Nostradamus, ya me suponía yo que que el problema de la contaminación del Mar Menor estaba en camino de solucionarse, y a una velocidad asombrosa, igual que que la bahía de Portmán.
Hoy, en 2018, esos cambios profundos, revolucionarios, ya han empezado. Ya no está el antiguo vigilante (por cosillas sin importancia) pero el nuevo está manos a la obra con la transformación. De momento, la remodelación ha empezado no por la vertiente ecológica ni medioanmbiental, tampoco por la agrícola, ni la industrial, no… ¡ sino por la gastronómica! Han matado a la gallina de los huevos de oro y con ella está haciendo sopa, una espectacular sopa verde.
Somos guarros, así, en general, y desde el cariño. No hace falta encargar un estudio a ninguna universidad buena o mala para saberlo; es algo fácilmente comprobable a ojo de buen cubero, basta con salir a la calle y abrir los ojos. Y no estoy hablando de la higiene particular y casera de cada quien, que ni la sé ni me importa. Me refiero a la colectiva, al uso que hacemos de las vías y espacios públicas. Y por ser eso, públicas, normalmente no pensamos que son de todos, sino que son “mías”. Y como son mías, hago lo que quiero y me cago en ellas. Y si yo no, mi perro.
Hablo de las cacas de perro porque es ese el cao que me trae hoy aquí, pero puede ser de cualquier naturaleza la mierda y en cualquier ubicación el lugar. Podemos hablar de papeles, compresas y pañales usados, latas de refrescos vacías, pilas agotadas… lo que nos venga a la cabeza. Y el lugar son las calles, las playas, las plazas y parques, cines, bares… cualquier lugar por el que pasen los bárbaros. Y no los del norte, no. Los de los cuatro puntos cardinales, porque de ser guarros no se escape nadie. Así tenemos el planeta como lo tenemos.
Pero vuelvo a las cacas de perro. El Ayuntamiento de mi ciudad, Cartagena, ha lanzado una campaña para promover la limpieza o, mejor dicho, el no ensuciamiento, de las calles con las dichosas caquitas, que solo recogemos unos cuantos, porque me incluyo en los que sí lo hacemos porque es verdad, porque me gasto en bolsas una pasta ya que mis perros son unos muy cumplidores cagones, porque la falsa modestia es asquerosa, porque pese a mi artrosis doblo el esqueleto y recojo las porquerías, por un montón de razones y porque el blog es mío y lo escribo yo. Ea. Bueno, sigo, porque es que me indigno y se me va el oremus. El Ayuntamiento ha puesto unos carteles muy adecuados en que tienen una parte educativa y otra parte disuasoria-represiva-sancionadora recordando las multas por no recoger las heces, que van de 30 a 300 euros. Y 300 €, para los sueldecillos actuales, ya pueden suponer hasta el 90% del salario. Pero, no me parece mal porque, como decía al inicio, somo muy guarros.
Este es el cartel recordando los deberes cívicos
Pero quería escribir sobre esto no era para informar de las campañas urbanas municipales, que ya hay otros lugares dedicados a eso y lo hacen mejor que yo. Imaginemos ahora que el cartel fuera este otro.
Versión alternativa
Así es como vi yo el cartel cuando me lo eché a la cara la primera vez. Es un montaje mío, evidentemente. Pero resultaría chocante ¿verdad? ¿Qué hace ese buen hombre con la bolsa de la caquita? ¿A dónde va? ¿De dónde viene? ¿Cuánto tiempo hace que la lleva? Y si me hago tantas preguntas es porque vivo en Tentegorra. Donde no hay NI UNA papelera.
Y si fuesen solo las papeleras lo que falta en mi barrio, me daría con un canto en los dientes. Pero faltan muchas cosas más. Por ejemplo: no hay aceras. Ya escribí sobre eso una vez, y seguimos igual. Y tampoco hay alumbrado suficiente, tan insuficiente como que hay calles totalmente a oscuras y los vecinos salimos a pasear con linterna. Esto no es broma. Para ver y para que nos vean los coches que pasan a nuestro lado (recuerden, sin aceras). Tampoco tenemos un triste buzón de correos. Cuando escribimos una carta, porque todavía hay quien escribe en papel, hay que ir al pueblo vecino, Canteras, a echarla. Pasa el servicio de recogida de basuras a diario, faltaría más, pero… ¿limpieza viaria? Jamás. En los veinte años que llevo viviendo en Tentegorra no los he visto ni una sola vez. Por eso, las basuras que tiran los guarros al suelo se quedan ahí hasta que se van degradando por efecto del sol y la lluvia. Hay algunas paradas de autobús que son simplemente un poste que así lo indica (vuelvo a recordar: sin aceras). Y como ahí se detienen más tiempo los guarros -y las personas limpias, claro- también se acumula la suciedad. En una parada de autobús se pueden encontrar bolsas de patatas, colillas, cajetillas de tabaco, pañales usados 🙁 , envases de yogur, latas de refrescos, y todo lo que quiera imaginar. Y todo eso no se retira jamás. Jamás. Simplemente se va degradando durante el invierno, cuando hay menos tránsito peatonal. Y cuando llega el verano y regresan los usuarios de las piscinas públicas se renueva el montón de residuos para degradar durante la temporada siguiente. No estoy exagerando lo más mínimo. Es fácil de comprobar yendo al sitio en persona.
Pues allí vivimos muchos vecinos que tenemos perros. Y los sacamos a pasear, claro. Y habemos de todo. Están los guarros, que son muchos, estamos los civilizados que somos menos, y están los intermedios, que son los que tienen buena voluntad pero flaquean. Imaginen la situación, van con su perrito, al que le llega el momento de evacuar, tienen su bolsita preparada, recogen el regalito y luego… miran a un lado y otro, desconcertados… ¿dónde tiro la bolsa, dios mío? Hay algunos que hacen, mejor dicho, hacemos, una especie de Camino de Santiago, para redimir nuestros pecados, llevando la bolsa con la ofrenda hasta el próximo contenedor que, si tienes suerte, puede caer cerca pero, si el animalito hace caca en el sitio inadecuado, puede ser que tengas que recorrer un kilómetro o más con el pastel. Pues bien, en ese grupo de intermedios están los que aceptan el castigo con resignación y están los que, cuando han recorrido unas decenas de metros, optan por depositar con mimo y esmero la bolsita de la caca entre las plantas y matojos más cercanas. Y en ese punto, me pregunto yo si no sería mejor dejar la caca al aire libre para que pueda degradarse y reciclarse que dejarla en una bolsa de plástico, porque así, esas mierdas serán ETERNAS. Y ya hay muchas.
Me parece bien que se multe a los guarros, pero también hay que dar los servicios correspondiente. Se nos indica, con razón, que cada derecho implica un deber. Y los gobernantes deberían recordar que cada impuesto conlleva unos servicios a cubrir. Allí en Tentegorra, donde no tenemos alumbrado, no tenemos aceras, no tenemos papeleras, no tenemos buzones y no tenemos servicio de limpieza viaria, sí que pagamos nuestros impuestos y, además, nuestras multas cuando nos caen. Merecidas O NO.
Los duendes de las estadísticas de WordPress.com prepararon un informe sobre el año 2015 de este blog.
Aquí hay un extracto:
La sala de conciertos de la Ópera de Sydney contiene 2.700 personas. Este blog ha sido visto cerca de 17.000 veces en 2015. Si fuera un concierto en el Sydney Opera House, se se necesitarían alrededor de 6 presentaciones con entradas agotadas para que todos lo vean.